12.1.17
Arturo Brizio-Carter
Lo que sucede al interior del gremio de los árbitros en México es verdaderamente lamentable. Después de una liguilla para el recuerdo, no por buena sino para corregir decenas de aspectos negativos, arrancamos el año con una revuelta que firmaría el más abyecto de los sindicatos, donde un grupo de líderes que no se asumen como tales en la cancha, pidieron a las altas esferas de la FEMEXFUT la cabeza de su director técnico.
Este mismo grupúsculo de grillos baratos, hace un par de años amenazó con parar el torneo, previo a la liguilla, para exigir condiciones dignas de trabajo y la reinstalación del doctor Edgardo Codesal como instructor en jefe. Nadie en la federación mexicana se atrevió a dar un manazo en la mesa y poner en su lugar a los inconformes y, de esta manera, crearon a monstruo con pies de papel que hoy los volvió a poner en jaque.
Porque de aquella fecha hasta hoy las vejaciones en la cancha son una constante; los entrenadores se quejan cada que pierden y los directivos claman justicia poniendo en duda la honorabilidad de los jueces. La comisión disciplinaria quita castigos sobre pedido y hasta sus propios dirigentes les indican qué poner o no en la cédula arbitral, antes conocida como la “doncella del futbol” por la obligatoriedad de respetarla y mantenerla impoluta.
Con ese marco patético, usted amable lector, ¿cree que puede alguien exigir un “trato digno” si lo que menos exhibe es dignidad?
Pues para no hacerle el cuento largo, el presidente de la comisión de árbitros se reunió con los nazarenos y en esa junta quedó sellado el destino de aquel que en 1990 pitara la gran final de la Copa del Mundo entre Argentina y Alemania.
No negaré el afecto que le profeso a Edgardo ni la gratitud que le guardo por los viejos tiempos cuando fuimos grandes amigos pero no pretendo defenderle.
Lo que sí quiero es oponerme de manera contundente a que los señores jueces, aquellos que le otorgan la seguridad jurídica al espectáculo más grandioso que hay sobre la faz de la tierra, se conviertan en políticos y acaben como verdugos de la gente que los prepara técnicamente.
Sin embargo la cosa no para ahí sino que ya encarrerados, ahora pretenden opinar hasta sobre quién será el sustituto del hábil galeno y ahora sí que me hierve el buche de coraje.
Las autoridades federativas han mostrado ser blandengues, indulgentes y de una tibieza increíble. Ahora quiero ver quién es el guapo que mete en cintura a estos rijosos a quienes se les ha olvidado el sagrado mandato por el que están ahí: Cuidar y proteger las leyes del juego y al propio futbol.
Esta novela tiene que terminar aunque dudo, por sus personajes, que tenga un final feliz. ¡A ver si no acaban extrañando al médico y lo piden de vuelta!